Vi una hojita seca en el marco de la ventana del colectivo 104 en el que viajo. Era tan chiquita ella, pobrecita... Tan chiquita y tan lejos de su casa. Quién sabe cuántas hojas rojas y marrones, amarillas y verdes habrán estado buscandola desesperadas.
¿Te acordas cuando jugabas con esa flor?
—¿Cómo se llama?— te pregunté.
—No sé, no me importa, solo sé que es linda—. Genuinamente creías eso, te importaba otra cosa, una cosa alostérica que no puedo ver.